lunes, 19 de abril de 2010

DANZA


Danza mi cuerpo al compás de tu piel encendida,
y mis gemidos hacen coro con tus susurros.
Me transitan tus manos dejándome sin secretos,
y ante el altar de tus apetitos ofrezco mi alma.

Única me entrego a ti mientras recojo suavemente,
en el cuenco de mis brazos el latido de tu corazón bendito.
La pradera perfumada de mis cabellos abriga a tu pecho,
que se ofrece ante mis temores como un refugio asombroso.

Surca veloz la suave flecha del amor inesperado,
de la herida que provoca mana lentamente,
la sangre de un universo de caricias nuevas,
junto a los besos que había escondido para ti.

Percibo tanto dentro mío que las cuerdas de mi ternura,
dejan escapar el eco de tu nombre hecho melodía,
Y al fin, descubro que fui llamada desde el comienzo,
para descansar en el brillo dorado de tus ojos.

miércoles, 14 de abril de 2010

ME DUELE

Me duele el mundo aunque digan que no debe dolerme,
que no derroche mis lágrimas porque son inútiles.
Que mi congoja es un gesto que nadie comprende,
porque ya nadie lo salva o lo guía a buen puerto.

Me lastima la guerra que no conoce distancias,
y traspone las fronteras con su mensaje de muerte,
acabando en un instante con los simples sueños,
de pueblos enteros que se desvanecen bajo su fuego.

Me duele la angustia de las mujeres cubiertas de negro,
que amamantan a sus hijos con sus pechos secos,
mientras sepultan en sombrías tumbas secretas,
a sus amados aniquilados por una lluvia de balas.

Me duelen los niños que jamás serán hombres,
porque costearán con sus vidas pequeñas,
la codicia que tienen los que miden fortunas,
con la suma total de todo lo que destruyen.

Me perturba el grito angustiado de la tierra,
que intenta de algún modo despertar la conciencia,
de ese lobo sin clemencia ni decoro,
que alguna vez se llamó así mismo persona.

Me hace daño la humanidad sin sentimiento,
nutrida por el pan agrio del desaliento,
y que extingue su sed con la sangre de los inocentes,
que sin voz claman desde lo impasible de la noche.

Aterida por el frío que mi espíritu padece,
elevo mi mirada a ese Cielo, a veces, tan distante,
para suplicarle a Dios que no olvide su promesa,
nunca dejarnos abandonados a nuestra suerte.