Desde el espejo me observa una mujer de ojos fríos,
cuyos labios permanecen apretados e iracundos,
al descubrir en su rostro las señales de alguien,
derrotada en demasiadas batallas durante su vida.
Me mira como indagando donde deje a esa niña,
de apacibles gestos que creía en quimeras.
Esa que muchas caricias frías y besos mal pagados,
le fueron destrozando los sueños hasta no dejarle uno.
Parece reclamarme por las lágrimas vertidas,
y que el alma le enfriaron hasta matarla.
Y por esas largas esperas por un amor ardiente,
que siempre se negó o llegó demasiado tarde.
En su cuerpo se infectan las heridas que la enferman.
No debí, quizás, dejarla crecer, me digo en silencio,
mientras preparo mi cuerpo y lo queda de mi alma,
para ir a la caza del centavo que me de comer.
Esa niña sigue estando Moni, sólo se tomó un descanso para volver a jugar
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